el rostro a la muerte
Tiene 32 años y la mitad de su vida la ha dedicado a un oficio poco
común y, tal vez, nada envidiable: es maquillador de muertos
David López Velgar recuerda que cuando era niño, después de cosechar el maíz en su chacra familiar, se reunía con sus amigos a contar historias de miedo cerca del cementerio. Nunca imaginó que esos peculiares episodios serían premonitorios de lo que ahora está viviendo a diario con muertos de toda edad, clase y condición social.
Empezó a los 17 años y fue por necesidad. En su tierra no había trabajo y vino a Lima a probar suerte. Inició cuidando la funeraria de la Familia Malca que, por aquel entonces, se ubicaba en El Callao.
Aprendió a maquillar muertos mirando a un suboficial de la policía.«Ellos hacen maquillaje, son expertos, mis maestros», agrega David después de haber compartido año y medio de trabajo con ellos.
Su primer « muertito » tuvo que recogerlo en la Morgue Central de Lima. Ese día no hizo nada, se sintió incomodo, sudó y solo observó el trabajo de su compañero. Pero aquella labor que al inicio le generó repulsión, fue lo que hizo dos horas después. El sujeto era un señor maduro de unos 50 años aproximadamente. Recuerda que aplicó el formol con unas inyecciones en diferentes partes del cuerpo, introdujo algodón en la boca, en la nariz para poder evitar la expulsión de los gases. Ese día el no lo vistió, lo hizo su compañero.
«Es más fácil maquillar a un hombre que a una mujer. Al hombre lo peinas, le cortas los bigotes, y las uñas (Cuando uno persona muere las uñas y el cabello siguen creciendo); Pides la ropa. Sacas el maquillaje, le pintas la boca de un rosado brillante, aplicas base de color de la piel original y un poco de chapitas para que parezca dormido; mientras que a la mujer muchas veces la familia no deja que la toquen, necesita mejor cuidado, más retoques y detalles» , sostiene David con serenidad.
La Tanatopraxia.- Su trabajo dura aproximadamente 40 minutos, labor conocida como tanatopraxia o maquillaje para muertos, definida como la técnica que pretende demorar la descomposición final del cuerpo. Es una forma de borrar el sufrimiento de quienes parten de este mundo para que el duelo que causa la muerte de un ser querido, amigo o familiar sea más digerible.
David tiene una amiga inseparable: su pequeña maletita marrón. Dentro de ella sus herramientas de trabajo: guantes, algodón, jeringas, agujas y elementos punzantes como pinzas.
Maquilla al día de dos a tres muertos. Ya se acostumbro a mirarle la cara a la muerte sin temor, sin asco, pero no deja de sorprenderse. Hay muertes trágicas que aún lo sacuden. «Es duro cuando tienes delante a alguien joven, o de muy poca edad, que vivió poco. También es doloroso encontrarse con gente accidentada. Hay casos en que no se puede hacer nada por ellos», admite.
Exige pantalones, cuidados para realizarlo y sobre todo responsabilidad. Uno de los retos más complicados es el manejo de las muertes de quienes padecen de Hidropesía, una acumulación anormal de líquidos en el cuerpo. Nunca ha hecho la cuenta de los difuntos que ha maquillado. «Imagínese si en un mes puedo preparar hasta 35 cadáveres, haga la cuenta por 15 años: más de seis mil», afirma.
La muerte está presente todos los días del año, es un negocio redondo. Hay fechas en la que la muerte despierta con más ímpetu. Navidad, Año Nuevo, Fiestas Patrias y un larguísimo etcétera.
Los accidentes de tránsito pasaron a ser la primera causa de mortalidad general para todas las edades . El jefe de policía de carreteras, Víctor Ordinola informó que el año pasado se registraron 790 muertos y 4.673 heridos como consecuencia de accidentes en las pistas.
«Saltó la liebre», le dijeron a David López mientras le hacíamos las últimas preguntas en la funeraria Malca II, ubicada en el jirón Honorio Delgado, frente a la Universidad Cayetano Heredia. Pero la pregunta final de la entrevista no se dio. David se puso de pie y se despidió.
«Cuando salta la liebre es que un muerto ha llegado, hay trabajo por hacer».
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